Contenido exclusivo para suscriptores digitales
Síguenos en redes sociales:
El bancario que siempre sonríe
Noticia guardada en tu perfil
La última década y media se lo ha puesto crudo a muchos bancarios a la hora de generar simpatías. Pero con José Antonio Migoya Redondo todo el mundo está dispuesto a hacer una excepción. Toño, el de la Caja Rural, que así se le conoce, cae bien gracias a esa sonrisa perenne y a esa mirada clara, a menudo, bajo gafas de montura al aire libre. El secretario de la Fundación Caja Rural de Gijón va a cumplir 25 años al pie de la caleya. No hay fiesta en la zona rural donde no se le vea. Y ningún vecino que haya acudido a él con algún problema se habrá encontrado con un "vuelva usted mañana". Siempre está dispuesto a abrir puertas si la causa la parece justa.
Por todo eso, a Migoya le llegó este pasado miércoles, Día del Pilar, un reconocimiento en la fiesta de la Comandancia de la Guardia Civil de Gijón. Le dieron la Cruz al Mérito de con distintivo blanco por su colaboración con la Benemérita en diferentes asuntos. Nacido el 1 de julio de 1970, sus orígenes hay que buscarlos en la calle Badajoz, en el barrio de Pumarín. Aunque de muy crío, con diez años, se mudó a la zona rural, a Porceyo. En esa parroquia sigue viviendo junto a su mujer, Sandra Chimeno, y sus dos hijos, Daniel y Álvaro. Sus padres son Ramón, que trabajó toda la vida en Ensidesa, y Mari Carmen, que tuvo carnicerías; primero en Pumarín, y luego en la calle La Argandona, en el mismo edificio de la actual Casa del Pueblo.
Los que más le conocen le describen como un hombre muy sociable. Un relaciones pública nato. Ya desde chico tuvo facilidad para hacer amigos. Demostró cierta afición por el balonmano y por los bailes regionales. Lo de mover el esqueleto le sigue gustando, pero ya no tiene tanto tiempo para el deporte. La música es una de sus grandes aficiones en general y, en particular, es fan de Bruce Springsteen. Al "Boss" le ha visto siempre que ha venido a Gijón, viajó para vibrar con él a Barcelona y San Sebastián y uno de los últimos libros que se ha leído es una obra que recorre la vida y milagros del artista.
Migoya fue alumno de toda la vida del colegio Corazón de María. El COU, sin embargo, lo hizo en el Instituto Calderón de la Barca. Estudió empresariales en la Facultad de Comercio "Jovellanos", todavía en su sede de la plaza del Parchís. Empezó muy joven a trabajar en la Caja Rural. Terminó las prácticas y pronto le llamaron. Ahí sigue, después de un cuarto de siglo. En la entidad bancaria, es una persona muy apreciada. Y su implicación con el movimiento vecinal es máxima. No solo desde su trabajo, sino que también forma parte de la asociación ciudadana Gijón Participa, creada no hace mucho y que dirige su amigo Juan Carnicero.
Migoya conoció a su esposa muy joven. Él tenía 19 años y ella, 17. Fue, claro, en la zona rural. Se empezaron a enamorar en la hoguera de San Juan de La Pedrera de 1989. Canta en una de sus temas más conocidos el cantautor Rafa Pons que todo flechazo suele provocar una herida. Migoya aquí también es una excepción porque lleva junto a su media naranja 33 años. Aunque es muy aficionado a todo lo que tiene que ver con lo rural, dicen los que más le conocen que su suegro tiene un huerto, pero que él no lo pisa mucho. Hay que perdonarle, claro, porque sus obligaciones no le dejan demasiado tiempo libre. Cuando no está sumergido entre cuentas y balances, suele estar repartiendo premios por las parroquias.
En su tiempo libre, lo que más le gusta hacer es salir con sus amigos de siempre y con su mujer. En el pasado formó parte del Grupo de Baile La Alegría de Porceyo y todo lo que tiene que ver con Asturias y lo asturiano le encanta. Por eso, es raro que él se pierda alguna de las fiestas regionales más importantes del calendario, como los Huevos Pintos de la Pola, el Carmín o el Descenso del Sella, entre otras. También es un habitual de los eventos sociales de la ciudad. Ayer, por ejemplo, fue uno más en Gijón de Sidras.
Más que practicar deporte, le gusta verlo por la tele. Y conserva cierta afición al balonmano de sus años mozos. Está también suscrito a "Origen", una popular revista de gastronomía rural. Cuando se habla de comer, a Toño Migoya hay un plato que le pirra: adora la tortilla de patata. Cuentan que de pequeño siempre pedía un pincho de esta vianda y que hasta que no lo conseguía no se callaba. Por cierto, es de los que prefieren tortilla de patata con cebolla. Hasta para eso tiene muy claras sus preferencias.
Todo lo dicho podría resumirse fácilmente en un mandamiento fundamental: a Toño Migoya lo describen como un "tío feliz", optimista y alegre. Una persona que, en estos tiempos de individualidades, sabe no solo mirar por lo suyo sino también por lo de los demás, por lo colectivo. Es el banquero que cae bien y ese es un título que se ha ganado a pulso con muchos años de trabajo y con muchas labores que no necesariamente tienen que ir con el sueldo. Los vecinos de la zona rural puede decir de él que es uno de los suyos. Y es que, sin duda, lo es. Desde hace mucho tiempo.
Noticia guardada en tu perfil
Noticia guardada en tu perfil
Noticia guardada en tu perfil
Noticia guardada en tu perfil
Editorial Prensa Asturiana, S.A Todos los derechos reservados