En realidad su nombre correcto es wrestling, pero usted, lector talludito que usa gafas aunque en realidad no las necesite, es solo para descansar los ojos, que me tiro mucho rato delante de la pantalla, ya sabes, pero ¿gafas?, qué va, eso es de viejos, hombre, y yo ayer salí a tomarme dos llintonis, y sí, me he rapado la cabeza, qué pasa, es la moda, ya me había cansado de verme con pelo, eh, no es que me esté quedando calvo, eh, ni un comentario, ni un comentario… u sted, venerable y generacional lector, lo conoce como Pressing Catch, porque así lo bautizaron en aquella Telecinco de los años noventa, cuando todo era farlopa, colores flúor y Jesús Gil en un jacuzzi (lo siento). Le pusieron Pressing Catch, digo, porque «señores grandotes que se abrazan sudados» quedaba muy aparatoso, y calzaba menos glamur. Así que… Pressing Catch.
Y, oh yeah , fue icono para toda la chavalería, porque nada nos gusta más que imitar a los yanquis en cosas de autoparodia y vergüencita ajena. Solo que apenas podíamos notarlo, y, a veces, hasta pensábamos que era cierto, ay. Tampoco se fustiguen, hoy algunos creen que las tertulias televisivas resultan espontáneas y libres, y ahí los tienes, comprando cada mañana el periódico.
Y eso, que entre pelucas, disfraces, purpurina y bañadores muy prietos (pero muy, muy prietos) se nos fueron gastando los sábados de la infancia (y la tardoadolescencia, con WCW), así que todos aquellos iconos quedaron aquí, mira, tío, me llegan a la patata, crean clichés, bromas reconocibles, chascarrillos que solo entiendes si emites quejas (bajitas, pero quejas) al levantarte del sofá.
Acompáñenos el lector por este trip de bochorno generacional, ayúdenos a escoger el más digno (o indigno) de aquellos deportistas cuchufleteros, y añada en los comentarios nuestros olvidos imperdonables.
(La caja de voto está al final del artículo)
Vale, empezamos fuerte. El gran icono de los años ochenta (más que David Hasselhoff) con su sonrisilla, y sus poses, y su give me five , y su aspecto de desayunar tortilla de anfetas con batido energético. A favor de Hulk Hogan tenemos que salió en Rocky III (que es una auténtica mierda, ojo, pero es Rocky) y que levantó a André el Gigante (ejem). En contra, bastantes cosillas. Su aire levemente cringe , su cara de no votar a Trump por demasiado rojo, sus declaraciones racistas, su inenarrable video porno (no busquen fotografías, amigos… hay alguien con calva a lo Pepe Viyuela, pelo lacio tipo Raffaela Carrá, desgana evidente y un culo más blanco que la nieve recién caída). Vamos, que da cosuca.
Además, sobre el ring el tío tenía la gracia de un camionero polaco cantando camarones, no sé si me entienden. Sucede que en los noventa se hizo cocreador de aquel invento maravilloso que fue la New World Order . O los malos molando sin ningún tipo de escrúpulos. Ahí gana ranking, el tío. Ah, y también mola por su celebrities en Muchachada Nui , estuvo perfecto en esa ocasión. Por lo demás, tan icónico como desagradable…
¿Alguien ha pedido esteroides? Pues venga, pónganme tres paladas. Digamos que el Último Guerrero lo molaba todo cuando yo iba al cole, porque cuando yo iba al cole no había internet, ni Twitter, ni historias así, y no te enterabas de una mierda, así que un tío inmenso, con músculos inmensos, pelo tipo bajista-hair metal, la cara pintada y ataques epilépticos de vez en cuando pues… imaginen. El carisma, el carisma es importante, aunque no sepas hablar más de cuatro gruñidos mal entonaos .
Sucede que luego creces, y lees, y te vuelves más gilipollas (pero leyendo), y te enteras de que, oye, el Último Guerrero (traducción libérrima de Ultimate Warrior ) pues era un jetas de cuidao , y que no llegaba a los shows, y que tenía tanta profesionalidad como Royston Drenthe en Navidades y que, en fin, acabó cambiando su nombre legal a Warrior, y eso no es rasgo bueno, oigan, no señor.
Supongo que madurar es esto: darte cuenta de que tus héroes, aquellos tipos que se movían como troncos mal tiraos, tenían cara pintarrajeada con mil colores y se les dislocaban las mandíbulas a cada paso, no son ejemplos de ciudadanía.. Queden para el recuerdo sus momentos pasados de speed con las cuerdas.
¿Disfruta usted destilando su propio aguardiente en la bañera de casa? ¿Dentro de su familia hay más consanguinidad que en la realeza europea? ¿Tiene opiniones políticamente incorrectas sobre la guerra de secesión, la línea Mason-Dixon y ese puto traidor de Abraham? Pues entonces disfrute con los simpáticos combates de estos Sacamantecas. En Telecinco tradujeron Bushwackers por «Sacamantecas», porque «Paramilitares Fascistoides», que es la traducción libre que cae entre el nombre original y su aspecto, quedaba bastante duro para la chavalería. Y eso, que dos calvos con pinta de no conocer letrina limpia desde hace varios meses, resudados como Boris Yeltsin en una fiesta sin alcohol y con movimientos espasmódicos, berridos espasmódicos y muecas espasmódicas.
Ah, se chupaban cocorotas y axilas el uno al otro, pero qué fantasía es esta. De los preferidos entonces, porque teníamos algo verde el tema de las milicias y sus peligros potenciales para la democracia (bueno, los lectores de Orson Scott Card no, pero ya me entienden). No ganaban casi nunca, y eso los hacía aun más atractivos.
El Enterrador, versión motero triste
Ustedes conocen al Enterrador. Sí, hombre: dos metros, tez paliducha, expresión como de llevar mucho tiempo sin hacer caca con regularidad. El que metía a sus «víctimas» en bolsas de cadáveres (qué chiste, si es que la WWF manejaba regulín eso de la corrección política). ¿Vale? ¿Se acuerdan? Pues bien, yo vengo a hablarles de otro. Porque estos artistas a veces cambian de personajes. Sí, como Toni Cantó, pero jugándose el físico. Y, en fin, con The Undertaker el tema no fue exitoso que digamos (tampoco lo de Toni ha sido la locura, ¿eh?). Bueno, que le pusieron como motero malote, con su Harley, su pañuelo rollo «Bruce Springsteen Turra Mix» y sus pintas de liderar los Satanases del Infiern». Que, digo yo, si tienes un personaje carismático y que mola… ¿para qué cambias, hijo, para qué cambias? Koeman, Laudrup, Stoitchkov… ¿era necesario Richard Witschge? En fin, quede aquí el recuerdo al Undertaker no cool, como hito claro de que todos, absolutamente todos, podemos ser pringadetes en las circunstancias adecuadas…
Los Rockers. Ay, los Rockers. El momento de hacerte mayor. Que llegaba de distintas formas. Repetir tercero de BUP, que es superjodido. Que al Barça le metieran cuatro en Atenas. Lo de Les Arcs (sitio que jamás de los jamases quiero que me nombren, ¿eh?, jamás de los jamases). Enamorarte de la Vane, jo, tío, mira que es guapa, la Vane, mira que camina con estilazo, la Vane, escribirle veinte o treinta poemas de rima a-so-nan-te (con lo difícil que es la rima asonante), sonreírla de esa forma que tú-sabes-que-ella-sabe y, pum, verla un día enrollándose con tu mejor amigo, porque la vida es así de ingrata, y mejor aprenderlo pronto. Bueno, eso y la traición de los Rockers. Que es incluso peor, colega, porque esa, la Vane, no te convenía, mira tú, que no pegáis ni con cola, que además tiene la nariz torcida, sí, fíjate, fíjate, menudo troll. Y vale, bien, aceptamos. Pero lo de los Rockers. A ver, los Rockers… cómo definirlo… Imaginen a Duff McKagan molándolo todo y dándose de hostias con tíos mucho más grandes que él. O lo que Duff McKagan llamaba «un miércoles». Pues eso.
Hacían acrobacias (dos o tres brazos rotos por colegio imitando su entrada al ring… las escayolas también fueron muy años noventa), se llevaban cojonudamente y casi siempre perdían por trampas (lo que nosotros, jóvenes hijos del proletariado urbano, empezábamos a ver como constante en nuestra vida). Así que eso, los putos Rockers. Hasta que se separaron. Shawn Michaels pegó un patadón en el morro al otro (un tal Marty Jannetty, lo he tenido que mirar, supongo que eso dice mucho) y se marchó con los flecos a otra parte. Muy mal, Shawn, me has roto el alma, hijoputa. Pero sigues siendo cool, tío, qué le vamos a hacer.
Que todo se puede comprar con dinero era una idea a transmitir en los ochenta y los noventa. Una que, por supuesto, Telecinco abrazó con entusiasmo, quizá en previsión de modelar seres sin escrúpulos que abastecieran su actual elenco de guionistas. No sé. El caso es que en la WWF lo tenían clarísimo, así que pusieron a un ricachón soltando billetes con la misma generosidad con que su amigo el Johny invitaba a porros. Ninguna, vaya.
Como toque metaficcional escogieron para este personaje al tío más asqueroso y repelusero que encontraron por ahí. Ted Dibiase, oigan, que tenía piel color salami-chopped barato, pelo áureo Grecian 2000 y unas lorcillas bien sabrosotas, dignas de escritor posmo. Vamos, que meh. Pero el gimmick molaba de cojones. A ver, este pavo construyó un cinturón de vencedor supremo porque… en fin, porque no había ganado el cinturón de vencedor supremo. Y se compró un Enterrador, y se trajo otro Enterrador, y enfrentó a los dos Enterradores. Ah, Ted Dibiase tenía cierto mayordomo humilladísimo, un afroamericano con brazos como las piernas de Josemari Bakero que, bajo los aplausos del mismísimo Abraham Lincoln, acabó pegándole palizas a su antiguo jefe. Arriba parias de la tierra, y etcétera.
Vale, otro concepto… difícil. De primeras,¿recuerdan lo de Shawn Michaels teniendo tanto flow como Morata ocasiones falladas? Pues con Jake the Snake Roberts eso no ocurre. A ver… calvo, pelo raleando, hilillos finísimos adheridos en sienes cual Anasgasti en la Behobia-San Sebastián. Cuerpo así como raro, fofisanez pero no mucha. Vello de adorno en lugares poco agradecidos. Y luego el bigote. Bigote. Bigotón. Pero no bigotón en plan Tom Selleck, ¿tomamos algo luego?, ya te llamaré. No, no, más bien bigote tipo «veo que no ha rellenado correctamente el modelo 303 este primer trimestre, me temo que va a tener problemillas». Seguro que entienden. Añadan el bicho. Una boa la hostia de grande que el paisano cargaba en un hatillo, para hacer más bizarro todo. Vale, guay. Ah, metan tres o cuatro gramos de farlopa por día, y setecientas catorce botellitas de bourbon. Lo justo para hacer esa mirada tierna que tienes, Jake, bonito, mucho más vítrea y huidiza. Pelín amenazante, también. El cuadro completo y… hop, una superestrella de la WWF. Si bastante bien hemos salido, macho.
A ver, un respeto, que a este tío lo llevaba al cole Samuel Beckett. Sí, sí, como lo escuchan, aquí se lo contamos hace tiempo. Con esto ya me da para ser el más guay de la clase, pero añadamos aun dos o tres datos. Que medía muchísimo, y pesaba muchísimo, y bebía birra en papeleras (eso dice su biografía, lo juro). Que salió en La princesa prometida . Que trabajaba haciendo mudanzas y te podía acarrear siete lavadoras, cincuenta y dos armarios y la jaula del loro en una tarde. Y que aceptó perder contra Hulk Hogan para hacer enorme ese invento genial que fue Wrestlemania. Toma ya, pedazo currículum. Además, es citado por Troy McClure («André el Gigante, no te conocimos»), y Troy McClure no cita a cualquiera (a cualquiera que no tenga branquias, se sobreentiende). Uno de los tipos más fascinantes de todo este negocio. Pena que lo pillásemos ya mayor, cascado, lento, gordaco y patillas que le rizaban cual bucles de David, aquel cayetano de Al Salir de Clase (es que la estrenaron poco después, y me cuadraba el guiño generacional). En otro contexto, nuestro bulgaro-francés preferido hubiese levantado pasiones en la chavalería.
Ehhh… daba gritos y pegaba hostias con un palo de madera. También llevaba bandera americana y parecía uno de esos que carga pistola hasta en la comunión de su hijo Christopher. Pero vaya, que para sutilezas andaba uno de niño. Vuelvan a leerlo: pegaba hostias y llevaba un palo. No se le pide más a la vida. No. Dejando eso al margen, pelín grotesco.
En pocas palabras… un tío alto, gordo, vestido con bañador ridículo (pero ridículo nivel Harry Dunne en Pasapalabra ), el pelo largo pero grasiento, el pelo largo pero con calvorota (magnífico combo, amigos, eso de la suciedad, las greñas y la calvicie), pelos en los hombros, pelos en los dorsales, pelos (oh, sí, muchos pelos) en las axilas. Piel lechosa. Cara de mala hostia, difícil de ver. Digamos que en aquella época no molaba que te dijesen «eh, tú, Terremoto Earthquake». Y se decía, vaya si se decía. A los niños gorditos, por ejemplo, que empezaban a sufrir, y se iban a su casa, toda la tarde leyendo novelas de Stephen King, entrenando para ser periodistas cínicos unos años más tarde, y poder reírse de la peña, de esos del bullying, jodeos, cabrones, yo he triunfado y vosotros no, jodeos. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Notario? ¿Eres notario? Hombre, no me fastidies. Me voy a llorar a mi cuarto, queridos lectores. Ah, pobre Terremoto, todos dicen que era muy majo cuando abandonaba el personaje.
Te haces llamar Míster Perfecto. Llevas pelo largo, mojadillo, tono general en piel como de haber leído La montaña mágica en un solárium. Además… mascas chicle. De forma grotesca, de forma evidente, de la forma más repulsivamente visual que ustedes imaginar puedan (al menos hasta que llegó Rosalía, oigan). Y luego haces trampas, porque, por muy perfecto que seas, hacer trampas mola. Está bien, coloquen ustedes a Mr. Perfect en el partido político que más les guste (valen también los que están cerca del colapso), yo ya me aburrí con las referencias. Ah, no le gustaba a nadie. Como su trabajo era no gustar… en fin, supongo que este Míster Perfecto era un genio.
The Crow es una película guapísima. Tiene una música acojonante, una estética acojonante, más personalidad que el Brasil del 70 y una historia… bueno, vale, una historia vista mil veces, pero que funciona a la perfección. Y luego está el punto de malditismo con lo de Brandon Lee. Bueno, pues eso es Sting. A ver, no es la única influencia (en la época andaba por ahí The Sandman , con sus oscuridades, sus ankhs y sus rostros paliduchos) pero sí la más clara. Clarísima. Pero clara de cojones. Vamos, que plagio bien gordo, oigan, ejem.
La gracia es que aquí (casi) nadie conocía a Sting, porque él salía en la WCW, y eso lo echaban solo de cuando en cuando, bien tarde, a horas indecentes y gloriosas. Luego les cuento, cuando hablemos de Scott Steiner. Y eso, que Sting era un cacho de carne con pintura blanca, un bate contundentísimo y toneladas de carisma. Es difícil ser más cool que Sting pegándose sus buenas hostias contra la New World Order, contra Eric Bischoff y contra Miguel Ángel Lotina, si hiciera falta (que no, Loti, que no vamos a por ti, quita esa cara de pena, coño). Sumen a todo eso el estilo más «extremo», más «adulto», más macarra de la WCW y les queda cosa de lo más atractiva, ¿eh?
¿Recuerdan lo que les dije de Sting? ¿La WCW y todo eso? Pues toca desarrollarlo. Porque a WCW llegamos ya con más añucos. No éramos niños, no. Tardoadolescencia, que a mí me duró hasta los treinta y siete, aproximadamente. Bueno, eso, que se salía. Se salía bastante. De fiesta, digo. A echar las noches, que si no ya me dirá usted para qué hemos venido. En mi pueblo había un pub (un pub de esos de última hora, con sus neones, su pila de gente sudada rozándote, su música espantosa, sus garrafonazos) donde ponían todo el rato deportes por las teles. Por ambientar, supongo. Y allí, en ocasiones, asomaba la WCW. Joder… ambientazo, ¿eh? Tú estás a las 5 a. m., con más Cacique Cola por el cuerpo que Denilson en Halloween, y entonces aparecen esos monstruos a pegarse hostias (hostias de mentira, ojo, que siempre se celebran más, al menos yo), y todos nos venimos arribísima, y el mundo es un lugar mejor, y mañana fijo que la Gimnástica gana, y, oye, yo creo que aquella rubia me ha guiñao un ojo… Ah, Scott Steiner. Los bíceps de Scott Steiner. En serio, busquen imágenes. Dan miedo. Entran allí dos docenas de huevos kinder, aproximadamente (yo todo lo mido en huevos kinder). Qué tiempos.
Sombrero enorme. Gafas de sol enormes. Botas enormes. Hombreras enormes. Flecos. Más flúor que en la fábrica de Colgate. Voz de aguardiente, mala baba, comportamientos con su esposa (con su esposa en la ficción y en la vida real, ojo, porque todo es una maravilla cuando te pones en plan mamarracho) bastante alejados de la igualdad y el respeto. En un tiempo de malos malosos, Randy Savage estaba entre los peores. Joder, que el tío llevaba como alias Macho Man, que no necesitabas tener un B2 para andar traduciendo el asunto. Luego lo traicionó Hulk Hogan en la WCW, quizá el momento más recordado de todo este mundillo. Aunque aquí no lo viéramos (aun no lo ponían en bares). Ah, se chifló, se chifló de narices. Se chifló rollo «pongo cámaras secretas en mi casa porque la novieta me es infiel y, además, me persiguen los habitantes de Raticulín». Las anfetas son muy malas, amigos.
Ric Flair mola. Mola todo. Y eso que ha debido superar varios hándicaps. Enormes. Inmensos. A ver, cuando entra en nuestras vidas, el ya talludito Ric lleva batín de plumas tipo Rocky Horror Picture Show, bronceado cual Norma Duval en septiembre de 1988, tono de cabello «Richard Virenque antes de pasar por gendarmería» y habilidades luchísticas de escasa espectacularidad. Pero escasa, escasa. Escasa de cojones. Por resumir… los dos movimientos claves de Ric Flair eran: a) darle una palmada en el pecho a su oponente (no lo intenten con los quinquis de su barrio); y b) recibir una buena hostia y caminar tres pasitos antes de desplomarse medio muerto (tipo Neymar dentro del área, para que lo entiendan los más jóvenes). Y, aun así, mola. Carisma, le dicen, que lo tienes o no. Ah, también pega gritos, wooo , cual surfista californiano cuando ve a lo lejos un agente de la DEA.
Brutalidad policial llevada al extremo. La WWF te enseñaba, desde bien chico, cómo pueden ser las cosas en los barrios bajos de Baltimore (pongan ustedes aquí la ciudad o pueblo que más les apetezca, yo paso de polémicas con nuestra Audiencia Nacional). La gracia es que durante mucho tiempo (estas cosas son cambiantes) el personaje era… en fin, positivo. Bueno. Vamos, que la forma fascistoide de repartir justicia (a base porrazos y hostias a mano abierta) era aplaudida por los más pequeños, que veían un héroe en aquel rudo agente de la ley. Alguien a quien nadie le toca los huevos, ya sean (esperen que coja aire, porque me da incluso asco decirlo) hippies, izquierdosos o, peor aun, lectores/as de Jot Down.
Y eso, que un ejemplo muy edificante, tipo peli de Charles Bronson (con la misma profundidad psicológica, añadimos). Hubo una contrapartida canadiense, pero es que los Policías Montados no pueden asustar a nadie con ese uniforme, tío. Como mucho aceptamos un duelo a muerte con la Guardia Suiza del Vaticano. Ah, al Big Boss Man lo acabó ahorcando en directo The Undertaker (lo juro), porque de aquella manejaba una secta satánica que quería secuestrar y crucificar a la hija del jefe (lo juro). Ya ven: un tío colgando, los ojos abiertos, horario de máxima audiencia, niños flipándolo fuertemente y pensando que qué guay. Cómo hemos cambiado, colega (a mejor).
A principios de los noventa pasó lo de la guerra del Golfo. La primera guerra del Golfo, solo que por aquel entonces nadie la llamaba así, que somos la hostia de optimistas, como a la del 14 le dijeron Gran Guerra sin imaginar lo que vendría después. Bueno, pregunten a Fukuyama si tienen alguna duda (y quieren leer chorradas obsoletas). Y eso, que la guerra del Golfo. Y en la WWF tenían que aprovecharlo de alguna forma, porque la WWF aprovecharía hasta una matanza de gatitos en las islas Shetland.
Así que… pum, el Sargento Slaughter, un tío con más mandíbula que Carlos V, vestido de camuflaje y lanzando gritos (y bastantes esputos) a ritmo de gruñires patrioteros levemente fascistas. El héroe, para entendernos, que tampoco es la WWF un sitio de mucho matizar. Sucede que, oh giro loquísimo del guion, el Sargento Slaughter acabó traicionando a los suyos, y se puso bajo órdenes del enemigo, y el enemigo se llamaba Coronel Adnan, y también había otro que le dijeron Coronel Mustafá (en fin, a mí no me miren), y esa peña salía con banderas de Irak al ring, y todos abucheaban, y se llevaban unas buenas (y muy american way of life ) toñas, y nosotros éramos niños, no nos juzguen, no nos juzguen. Lo siento mucho, no volverá a suceder.
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15/10/2022 por Martín Sacristán
12/10/2022 por Martín Sacristán
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