Vagabundeando por cines olvidados - el taquígrafo

2022-10-15 03:55:00 By : Ms. Lily yang

Mi amigo David Acín es rata de Filmoteca, por lo que su cinefilia es ecléctica y se alimenta de todo tipo de cinematografías o estilos. Gracias a ello, sus recomendaciones suelen ser insólitas y salirse de lo convencional. ¿Cuántos lectores conocen a Seijun Suzuki y su peculiar filmografía? Pues vamos con El vagabundo de Tokyo (Tôkyô nagaremono, 1966) y seguro que no salen indemnes…

En Suzuki las historias no son importantes y él mismo reconocía que, trabajando por encargo con guiones muy semejantes, lo único que podía hacer para diferenciarse era crear su propio estilo visual y de dirección. En El vagabundo de Tokyo un miembro de la mafia japonesa busca la redención y hacerse honrado, una vez que su jefe ha dejado el negocio… aparentemente. Convertido casi en un samurái errante o ronin, Tetsu (Tetsuya Watari) se consolará con su novia cantante de locales nocturnos y tratará de evitar la amenaza de sus enemigos del pasado. Lo dicho, poco que no hayamos visto en más títulos, por lo que la novedad de la película serían los tópicos japoneses (nieve, trenes, suicidios…) y, mucho más importante, la magia visual de Suzuki.

Vaya por delante que no es fácil entrar en el cine de Suzuki. No es el cine occidentalizado de Kurosawa, ni los fantasmas orientales de Mizoguchi o la belleza zen de Ozu. Suzuki tiene influencias occidentales, sí, pero vienen de Sergio Leone o de Jean-Pierre Melville, es decir, europeos rebeldes con causa que ya intentaban poner patas arriba el cine clásico americano. Añadamos el pop de los sesenta y la moda jamesbondiana y lo que parecía una historia negra convencional se convierte de repente en un delirio casi psicodélico.

El prólogo es en blanco y negro y la película en color (sí, parece ser que Tarantino es uno de los fieles del cine de Suzuki). Los encuadres son de todo tipo, casi siempre buscando llamar la atención o hasta desorientando al espectador. Los actores no brillan, pero es que el guion tampoco da para mucho más, por ello lo que cuenta es su elegante estilo: gafas de sol, ropas distinguidas o colores primarios, como Tetsu y su traje azul o esa americana roja sangre… Este colorido pop alcanza la cumbre en los decorados. La chica canta en un decorado blanco tan minimalista como sorprendente: una pared blanca y un piano blanco con extrañas estatuas alrededor. Nada más. Parecería casi un pobre teatro filmado si no fuera por el surrealismo que aporta a la pesadilla del protagonista.

Estos hallazgos visuales no nos deben hacer olvidar que estamos en una película de acción. Los tiroteos y las palizas son igual de imaginativos y estilosos. Tetsu dispara y se mueve con una agilidad que mezcla el wéstern con el espionaje. Sus infalibles disparos y su forma de esquivar las balas contrarias subrayan el aspecto paródico que, por entonces, ya rodeaba al wéstern y empezaba a introducirse en la propia serie Bond.

La cumbre de ese tono paródico es la escena en un local que se llama apropiadamente “Saloon Western” y que desemboca en una pelea masiva llena de delirante autoparodia que recuerda al final del Casino Royale de David Niven… que se rodó después. Es uno de esos extraños contrapuntos cómicos habituales en cineastas japoneses que no tiene mucho que ver con el sentido del humor occidental, por lo que nuestra reacción suele ser de extrañeza, de sorpresa o, en cualquier caso, de asombro. Y eso casi siempre es buena noticia, ¿no?

El clímax se produce en el comentado decorado daliniano con piano y cantante. Añadamos gánsteres con gafas de sol y muchos tiros y el resultado no puede ser más insólito e impactante. “No puedo seguir caminando con una mujer al lado”, sentenciará Tetsu a la chica. Y es que en medio del absurdo, de Dalí, de Magritte, de la pólvora y de la sangre… la que vence es la melancolía y la soledad.

El vagabundo solitario sí es un mito universal y sí que todo ser humano se identifica con él. Tetsu seguirá su rumbo cantando su canción (literalmente, pues va cantando la triste balada de la banda sonora que se queda en la cabeza del espectador) y, cuando llegamos al final, descubrimos que todo el comienzo caótico, las traiciones habituales del género, el colorido pop, el disparate del wéstern o el tiroteo surreal nos han llevado a un final que todos reconocemos: el héroe camina hacia el horizonte en solitario, en este caso, entre los neones de Tokyo. Sí, en esa soledad, todos cabemos.

Suzuki dirigió después Marcado para matar (Koroshi no rakuin, 1967) y la productora se negó a estrenarla porque les pareció ya demasiado imposible e incomprensible. Suzuki ganó en el juzgado pero le “condenaron” a diez años de ostracismo. Baste decir eso para que todos tengamos ganas de ver las dos películas más conocidas del director y de juzgar la valentía surreal y vanguardista de Suzuki.

De vez en cuando las filmotecas nos descubren nombres a seguir que nos regalan minutos de felicidad en la oscuridad de las salas. Como vagabundos de las grandes ciudades paseemos por esas oscuridades para descubrir la luz. Gracias, David, sigue vagabundeando por filmotecas.

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